En su columna aparecida ayer en el diario La Tercera hace una definición de clases medias. Lo que más nos llama la atención como CECMe es que él sitúa tanto la clase media-alta como la clase media-baja sobre la mediana de ingresos, o sea en el 50% de la población que gana más dinero. ¿Tenemos entonces un 50% de sectores populares o bajos?¿Tan reducida en número es la clase alta en Chile que no logra ser captada por los instrumentos estadísticos?
Reproducimos a continuación su columna
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Entre los países de altos ingresos
Pese a los mayores ingresos de los chilenos, la distancia entre lo que se tiene y las expectativas se ha disparado. Esto se ve impulsado con el concepto ético de derechos sociales.
por Hugo Lavados - 17/07/2013 - 04:00
EL BANCO Mundial anunció que Chile entró en el grupo de países de altos ingresos, lo que en algunos provoca orgullo por el reconocimiento a políticas mantenidas en el tiempo, pero en muchos genera perplejidad.
Existen factores que explican la insatisfacción existente. Todos han aumentado su nivel de ingresos, pero existe una diferencia creciente en los ingresos monetarios. Además, la brecha entre expectativas y posibilidades reales crece exponencialmente. Pasamos de pedir cobertura a exigir calidad en la educación. De exigir más hospitales y consultorios a tener más especialistas y servicios de salud con mucho mejor estándar. De requerir sitios urbanizados a viviendas más amplias, con barrios bien estructurados. De pedir créditos para estudiar a exigir gratuidad.
Una manera de aproximarse a eso es analizar los niveles de ingreso mensual que tienen distintos grupos de familias. Veamos dos ejemplos.
Un grupo que percibe entre $ 1,5 millones y $ 2,5 millones líquidos al mes está en el 20% más alto, pero tiene problemas serios para lograr lo deseado. No recibe subsidios monetarios, puede tener educación gratis, pero en colegios que no quiere para sus hijos, salud en consultorios y hospitales que están muy lejos de satisfacerlo, gasta tiempo y dinero en transporte, que considera excesivos. Una enfermedad compleja y larga lo dejaría endeudado o sin vivienda. No se considera rico ni de clase alta, a lo más de clase media alta. Muchos viven mejor que sus padres, pero en el límite de sus posibilidades; otros, si son hijos de profesionales, se sienten frustrados, porque les costará mucho más tener vivienda, educar a sus hijos y pensionarse que a sus padres. Cuando se habla del 20% más rico, no se sienten aludidos, aunque están en ese segmento.
Otro grupo percibe de $ 450 mil a $ 650 mil al mes. Se autodefine de clase media o media baja. Seguramente ha tenido un incremento en sus ingresos, pero es muy vulnerable a la cesantía, enfermedad costosa o un accidente. Tiene incertidumbre por su trabajo inestable, posee bienes adquiridos a crédito que dependen de mantener su ingreso, y está en el borde de volver a ser pobre o caer en pobreza.
La mitad de las familias chilenas posee ingresos bajo los $ 650 mil. Por eso los promedios tienen algo de ficción estadística. Sin duda, la pobreza ha disminuido y es muy distinta a lo que era hace 25 años, pero ese no es el punto. Lo que decimos es que pese a los mayores ingresos, la distancia entre lo que se tiene y las expectativas se ha disparado. Esto se ve impulsado con el concepto ético de derechos sociales, si no se explica cuánto puede lograrse.
El nivel de ingresos está muy correlacionado con los factores reales y percibidos que más inciden en el bienestar social y personal: consumo de bienes, calidad de servicios educacionales, salud, vivienda, transporte, etc. Diferentes estudios indican que el bienestar aumenta con mayores ingresos, excepto a niveles muy altos. Por eso, cualquier análisis de estos logros no puede partir del exitismo ni del voluntarismo, porque es necesario reconocer que, junto al innegable progreso económico, tenemos una enorme desigualdad y una brecha gigante entre aspiraciones y lo que es posible hacer en pocos años.
Existen factores que explican la insatisfacción existente. Todos han aumentado su nivel de ingresos, pero existe una diferencia creciente en los ingresos monetarios. Además, la brecha entre expectativas y posibilidades reales crece exponencialmente. Pasamos de pedir cobertura a exigir calidad en la educación. De exigir más hospitales y consultorios a tener más especialistas y servicios de salud con mucho mejor estándar. De requerir sitios urbanizados a viviendas más amplias, con barrios bien estructurados. De pedir créditos para estudiar a exigir gratuidad.
Una manera de aproximarse a eso es analizar los niveles de ingreso mensual que tienen distintos grupos de familias. Veamos dos ejemplos.
Un grupo que percibe entre $ 1,5 millones y $ 2,5 millones líquidos al mes está en el 20% más alto, pero tiene problemas serios para lograr lo deseado. No recibe subsidios monetarios, puede tener educación gratis, pero en colegios que no quiere para sus hijos, salud en consultorios y hospitales que están muy lejos de satisfacerlo, gasta tiempo y dinero en transporte, que considera excesivos. Una enfermedad compleja y larga lo dejaría endeudado o sin vivienda. No se considera rico ni de clase alta, a lo más de clase media alta. Muchos viven mejor que sus padres, pero en el límite de sus posibilidades; otros, si son hijos de profesionales, se sienten frustrados, porque les costará mucho más tener vivienda, educar a sus hijos y pensionarse que a sus padres. Cuando se habla del 20% más rico, no se sienten aludidos, aunque están en ese segmento.
Otro grupo percibe de $ 450 mil a $ 650 mil al mes. Se autodefine de clase media o media baja. Seguramente ha tenido un incremento en sus ingresos, pero es muy vulnerable a la cesantía, enfermedad costosa o un accidente. Tiene incertidumbre por su trabajo inestable, posee bienes adquiridos a crédito que dependen de mantener su ingreso, y está en el borde de volver a ser pobre o caer en pobreza.
La mitad de las familias chilenas posee ingresos bajo los $ 650 mil. Por eso los promedios tienen algo de ficción estadística. Sin duda, la pobreza ha disminuido y es muy distinta a lo que era hace 25 años, pero ese no es el punto. Lo que decimos es que pese a los mayores ingresos, la distancia entre lo que se tiene y las expectativas se ha disparado. Esto se ve impulsado con el concepto ético de derechos sociales, si no se explica cuánto puede lograrse.
El nivel de ingresos está muy correlacionado con los factores reales y percibidos que más inciden en el bienestar social y personal: consumo de bienes, calidad de servicios educacionales, salud, vivienda, transporte, etc. Diferentes estudios indican que el bienestar aumenta con mayores ingresos, excepto a niveles muy altos. Por eso, cualquier análisis de estos logros no puede partir del exitismo ni del voluntarismo, porque es necesario reconocer que, junto al innegable progreso económico, tenemos una enorme desigualdad y una brecha gigante entre aspiraciones y lo que es posible hacer en pocos años.
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